Alcaraz y Segura, las sierras de tales nombres, son dos de los muchos conjuntos de montañas repartidos por la Península Ibérica que no están, probablemente, entre los primeros que nos vienen a la cabeza cuando pensamos en «montañas» y «península ibérica». Quizá precisamente por eso nos atraen especialmente: tienen el encanto de lo que no conoces y la capacidad de sorprenderte.
Eso, en lo geográfico. En el ámbito administrativo, estamos entre Albacete y Jaén, que tampoco saldrían en los primeros puestos de una búsqueda de cosas de montaña pero las tienen. Esperamos encontrar carreteras pequeñas, tabernas grandes y pueblos con alma.
Respecto al frío, ese elemento básico del carácter Decemberist, después de años de destinos que podríamos llamar clásicos, estamos diversificando y sabemos bien que el frío del sur existe. Vamos a cruzar montañas y esperamos cualquier cosa, desde la manga corta al plumas gordo.
La ruta es circular, con principio y final en Alcaraz city y sentido horario, tal que así:
Alcaraz y Segura por Viajarenbicicleta en plotaroute.com
Nuestra familia Decemberist ha crecido. Lejos quedan los días en que éramos 3 ó 4 ciclistas, ahora el grupo es más grande y tendremos que gestionar un estatu quo que, sin ser nuevo -lo conocemos de sobra de viajes en las otras estaciones- sí nos resulta extraño en el invierno. Lo nuevo es siempre parte de la gracia de las cosas y veremos qué tal sale. Cuatro días, del 6 al 9 de diciembre, a punto de acabar 2018.
Día 1: Sierra de Alcaraz
Despertamos en Alcaraz y comprobamos, con alegría, que St. Niklaas, en bici, llega a todos los sitios, también a Albacete. Cumple la tradición y nos trae golosinas para empezar la excursión con alegría.
St. Niklaas es una tradición neerlandesa del día 6 de diciembre. Se ha debido enterar de nuestro viaje anual, le coincide en fechas y siempre nos visita. No sabemos cómo lo hace.
Alcaraz está en Albacete pero no es el típico pueblo manchego. Para empezar, está en una ladera y todo está en cuesta, así de bonito a la luz de la mañana de invierno:
Por supuesto, nos damos una vuelta por el pueblo antes de empezar.
La primera parte del día sí que es un poco manchega: en lugar de ir directos hacia las montañas, empezamos dándoles la espalda y recorriendo parte de la llanura de cielo grande, entre cultivos y encinas.
Nos ha tocado un periodo de anticiclón: alta presión, cielo azul y mucho sol. También inversión térmica aunque será por la noche cuando notemos ese efecto de verdad. De momento, al sol se está estupendamente y hay incluso quien prefiere sombra.
Ya veis lo duro que es a veces esto del viaje en bici.
Pasado Peñascosa, entramos en zona de árboles: pinares, encinares y algunos plátanos plantados junto a la carretera, súper bonitos con sus ramas desnudas pillando la luz del atardecer.
Bajamos a un valle y, de repente, ya no da el sol. Empezamos a sentir bolsas de aire frío y la camiseta, por sí sola, ya no basta. La carretera es minúscula, desierta -salvo por nuestras bicis- sacada del manual de carreteras perfectas para pedalear.
La luz se nos va mientras remontamos el valle del río Madera y es, quizá, entonces cuando ganamos consciencia de que esto es diciembre y que el día es un suspiro, ¡si parece que acabamos de empezar! De momento, subimos hacia esa uve de ahí enfrente, por donde se esconde el sol:
El nombre del valle del río Madera no es irónico, el entorno es todo bosque. La carretera parece casi un carril-bici, por lo estrecha y porque no circula nadie más.
Pasamos por tres pueblillos y dos bares y apenas paramos en ninguno; mandamos por delante a los exploradores para que, con la última luz, encuentren algo llano. La última imagen ya es a oscuras:
Día 2: Sierra de Segura
El amanecer es la parte más fotogénica y decemberista de este viaje; mirad cómo quedaron las bicis:
Completamente blancas, parecían bicis fantasma. La causa tiene un número:
¡Qué contraste con el calor, relativo, del día anterior! Habíamos pasado la noche en un fondo de valle que, con la situación de alta presión, se había convertido, literalmente, en una nevera. En estas condiciones, el aire frío se acumula en las depresiones y hay pocas horas de sol para calentar el ambiente. Además, estábamos al lado del arroyo, que nos aportó la humedad para escarchar todo lo que estaba en contacto visual directo con el cielo nocturno. Teníamos a mano chopos que nos habrían protegido un poco de la helada pero el terreno bajo ellos estaba demasiado bacheado. Salir del saco fue un pequeño paso para la humanidad.
El sitio era muy bonito y nos encantó despertar allí. Un prado rodeado de paredes calizas, con pinar en las laderas:
Cuando hace frío, cuanto menos contacto con el suelo, mejor así que conviene más estar de pie que de culo. Eso parecía pensar casi todo el mundo durante el desayuno, visto cómo les pillé aquí:
No voy a decir nada nuevo si menciono el valor especial de las cosas sencillas cuando estás ahí fuera y más en condiciones pelín rigurosas. Es por eso que sabe mejor que nunca un chocolate caliente. Todo arreglado:
Con todo, fue un pequeño alivio la llegada del sol. En cuanto apareció, todo el mundo corrió al primer sitio donde alcanzaba y empezaron a sobrar las chaquetas de pluma. Además, la luz era súper bonita.
Seguimos valle arriba a lo largo del arroyo Endrinales, un precursor del río Madera. La carretera es maravillosa: pequeña, de asfalto viejo, sin más tráfico que el nuestro, no intrusiva, podemos rodar por ella y casi olvidar que está ahí.
Hay una gran diferencia entre las zonas de umbría y las de luz: donde aún no da el sol, el aire es frío y el suelo está escarchado. Una vez nos hemos puesto en marcha, la temperatura corporal ya no es problema, se puede disfrutar de ambos ambientes y, además, es muy interesante comprobar la diferencia tan marcada. Las paradas, esas sí, desde luego, las hacemos al sol.
El valle acaba con una subida al puerto de las Crucetillas. Realmente, no tenemos idea de cómo se llama el puerto hasta que llegamos arriba y vemos el cartel, nuestra preparación de las rutas suele ser muy laxa. La subida es súper bonita, continuando con las condiciones del valle pero ahora cuesta arriba y a través de pinar continuo.
Es muy interesante comprobar cómo, según subimos, el ambiente se hace más cálido. El efecto es muy marcado, no hace falta ni fijarse. La inversión térmica es muy fuerte. Y llegamos a puerto:
La bajada es por el graderío de sol, luminosa y con vistas al panorama de las sierras Subbéticas.
Abajo, en el siguiente valle, casas y cultivos:
Riópar se llena de colorido cuando llegan los/as ciclistas pero no por las ropas sino por el despliegue de tiendas de campaña mojadas que conviene poner a secar al sol de media mañana:
Ya que había que secar las tiendas, digamos que tuvimos una buena excusa para echar un rato en el bar.
El trayecto hacia Siles incluye un puerto, muchos pinares y la muga con Andalucía por Jaén. La carretera es más grande y está más transitada que la que habíamos recorrido durante la mañana y es eso lo que nos lleva a pedalear sin trascendencia, en formato rutina. No tengo apenas imágenes, apenas recuerdos de este tramo. Es un efecto conocido, que ponemos en común a menudo, sobre cómo la propia carretera modela nuestra experiencia desde la bici tanto o más que el entorno por el que pasa: si la carretera no mola, el viaje tampoco.
Rescato de este trozo el «monte panetone» que nos acompañó a lo largo del resto de días de viaje según le fuimos dando la vuelta en la distancia; aquí, en su máximo apogeo:
La cosa se puso mucho más interesante pasado Siles porque encontramos otra carretera pequeña donde pudimos volver a ser nosotros/as mismos/as.
A estas alturas, tenemos mucha gente desperdigada, algo de lo que no tenemos costumbre en las rutas de diciembre. Ya sabéis, el invierno nos mantiene juntos pero en esta ocasión somos demasiados para ello. Tomamos el nuevo orden con naturalidad. De hecho, una buena parte del excursionado se queda a pasar la noche en el fondo de valle mientras algunos/as decidimos seguir, ya con las últimas luces, para evitar el efecto nevera de la noche anterior y buscar un lugar lo más discreto posible, puerto arriba.
Lo encontramos. Dormimos muy bien.
Día 3: Segura, transición y olivos
Por la mañana, hace frío pero nada comparado con los -7 C del día anterior. No hay épica esta vez en nuestro amanecer. El esfuerzo extra de la última hora de ayer, suponemos, ha tenido efecto.
En este punto, una pequeña historia, alegre y triste a la vez: oímos a colegas ciclistas que nos llaman desde la carretera, salimos a ver quién vive, dando por sentado que se trata de la primera avanzadilla de quienes dejamos atrás ayer. En su lugar, nos encontramos a Antonio y Auri, compas del pedal que pasaban por allí como parte de su propio viaje y nos han localizado, dicen, siguiéndonos en Twitter. Yo creo que tienen superpoderes.
El encuentro nos da mucha alegría, por lo inesperado y porque Antonio y Auri son gente a la que tenemos mucho cariño. Charlamos un rato sobre lo mucho que nos gusta estar aquí, recorriendo estas carreteras y estos bosques y algunas cosas más que vaya usted a saber. Mientras, se nos van sumando ciclistas, esta vez sí, de nuestra propia expedición que vienen puerto arriba. Nos despedimos un rato después deseándonos buen viaje.
Recuerdo especialmente el abrazo con el que me despedí de Antonio porque será el último que nos demos. Antonio falleció inesperadamente unos días después, dejándonos un vacío que quedará ahí y sólo llenaremos con su recuerdo, a duras penas, porque nos dejó mucho antes de lo debido y eso hace el vacío difícil de llenar. El dios de los viajes quiso que nos encontráramos una última vez y nos dio un recuerdo más que guardar. Un abrazo fuerte para toda tu gente cercana, ve en paz, Antonio.
En aquel momento no sabíamos nada de esto así que seguimos viaje tan felices.
Continuamos puerto arriba por una vía y entorno que nos recuerdan mucho a los de la mañana anterior. Hoy, en la sierra de Segura; ayer, en la de Alcaraz. Hoy como ayer, por una carreteruca entre pinares. Cómo no íbamos a ser felices…
Esta vez, no tenemos un puerto que nombrar. Una vez arriba, la carretera se nivela y pasamos de sombra a sol y otra vez a sombra según el trazado va cambiando de ladera:
Sabemos que es el último cambio de vertiente cuando aparece a la vista el castillo de Segura, en un emplazamiento que está como para rodar películas.
Menos mal que venimos sólo de visita y no al asalto porque éste sería de los difíciles de conquistar. De momento, nos acercamos por el costado.
Segura de la Sierra, el pueblo, está en las faldas del promontorio pero por el otro lado. Es como una cascada de casas blancas abrazadas a la ladera. Supongo que, cuando nació, lo hizo en tal sitio con fines defensivos pero, a la postre, les salió un conjunto estéticamente notable. Entramos por detrás, directos al entramado de calles aéreas, y sólo tenemos una visión de conjunto al salir por el otro lado:
Por supuesto que nos quedamos un buen rato allí. No es buen sitio para recorrer en bici así que nos tuvimos que bajar.
Conquistado Segura, el siguiente capítulo es por tierra de olivos. Todos estos de ahí abajo, con la sierra de Las Villas al fondo:
En el valle, seguimos teniendo carreteras locales por las que circular con tranquilidad. Como comentaba más arriba, tenemos claramente identificado esto como uno de los factores más importantes para comprender bien el sitio por el que pasamos y viajar a gusto por él. La luz se va haciendo oblicua.
A la entrada de Benatae, paramos a beber en una fuente y un par de personas del pueblo nos cuentan una historia que incomoda y reconforta a la vez: han venido a traer comida a dos perrillos, a los que vemos retirados a unos metros. Según nos dicen, han debido tener alguna mala experiencia porque tienen miedo de la gente y huyen cuando alguien se acerca pero están siempre juntos y se apoyan mutuamente. La gente del pueblo les ha construido una pequeña caseta junto a la fuente y, como ahora, les traen comida.
Me dio pena por los perros pensando en qué les llevó a encontrarse así pero me alegró mucho ver cómo se tenían el uno al otro y cómo la gente les había acogido. Ayudar a quien lo necesita es una de las cosas que más me gusta ver en el mundo. Gracias, gentes de Benatae.
Cruzamos el valle para empezar a subir por la ladera de enfrente hacia Torres de Albánchez, que es como Segura pero menos dramático: bastante más grande, menos empinado y no tan pegado a su castillo, aunque también tiene uno, arriba, en el cerro.
Es una subida continua que no tiene ningún descanso, ni siquiera a lo largo de la travesía del pueblo, todo para arriba hasta el collado de Los Yesos. Luces de ocaso en las nubes y luces de led en las bicis.
Y, si ya no hay luz, sacamos fotos de siluetas.
Día 4: Vuelta a Alcaraz
Nuestro campamento es un poco apretado pero satisfactorio. Dormir en la naturaleza es una de las mejores cosas del mundo. Estando en alto y entre vegetación, esquivamos el frío y tenemos un amanecer confortable, casi primaveral.
Día 4 y la meteorología sigue sin moverse, tiempo cómodo y monótono. Llevamos todo el viaje con el mismo patrón: cielo azul, nubes decorativas, frío a la sombra, calor al sol. Bajamos el puerto hacia las llanuras de olivos.
Son nuestros últimos metros en Jaén. Volvemos a Albacete, a los pies de la sierra de Alcaraz, otra vez, pero por el otro lado. Nos queda cruzar las montañas para volver al punto de partida pero antes pasamos por Bienservida.
Iba a ser una parada rutinaria de reagrupamiento a la entrada del pueblo pero ahí, donde lo veis, se está cociendo un motín: alguien sugiere la opción de ir por la Vía Verde de Alcaraz, que pasa por allí mismo y es bastante más sencilla que la montaña rusa de valles y crestas de la ruta original. Esto es alta traición y se quedarán sin diploma pero les deseamos buen viaje a pesar de todo. El resto, damos unas vueltas triunfales a la plaza de Bienservida y seguimos con el plan.
Ahora que no nos oyen: la parte que falta fue de lo mejor de la ruta.
Cruzamos la sierra de Alcaraz por una zona prácticamente deshabitada, aunque levemente humanizada, con cultivos y algún asentamiento estacional. Estuvimos horas sin ver ningún coche ni ninguna persona, con algún tramo de asfalto viejo pero mayormente por pistas, en un entorno muy silvestre y variado: pinares en las laderas, arroyos en los valles, con vegetación diversa como chopos o robles y una luz maravillosa todo el tiempo.
No nos falló nuestro druida, que preparó una de sus pociones a la hora de la comida, una receta que, como él mismo nos recuerda, creó años atrás en esta misma región y en esta misma época del año. No sabemos si es esto lo que nos da fuerza descomunal pero estaba muy rico.
Con esto, nos hicimos un par de puertos más hasta que una última subida nos depositó en el páramo cuando las sombras ya eran largas:
Llegamos a Alcaraz pueblo un rato después.
Epílogo
Ha sido un viaje invernal un tanto primaveral, salvo por la noche de la nevera, y nos ha dejado un pelín desubicados, después de tanta matraca pre-viaje que damos a la gente con el rollo de la cultura del frío y el ambiente especial que crea. Esta vez, lo hemos echado un poco de menos pero tenemos claro qué es lo más importante: hemos pedaleado por sitios maravillosos y lo hemos pasado muy bien.
En 2019, buscaremos el frío otra vez.