El concejo de Ponga y los valles de Sajambre y Valdeón son una mezcla explosiva de paisajes espectaculares y carreteras tranquilas por las que recorrer los paisajes espectaculares. Enfatizo: lo de “espectacular” no es un lugar común ni un cumplido vacío ni un intento de atraer atención: como suele pasar con las palabras, ésta se queda corta.
Ponga es un sitio de orografía complicada: montañas altas y valles profundos. Los vecinos Picos de Europa se llevan la ola mediática; Ponga tiene los paisajes y el punto de misterio de aquellos sitios a donde no va casi nadie.
Sajambre y Valdeón son los valles secretos, el resultado de enfrentar la divisoria cantábrica, imponente de por sí, a una barrera aún más extrema: los Picos de Europa. Lo que queda enmedio no puede tener fácil acceso.
Tres días de viaje y un objetivo: recorrer Ponga, Sajambre y Valdeón. Como venimos del sur, empezaremos en Riaño y pasaremos también por Amieva y Tierra de la Reina.
Riaño
Las pirámides calizas forman la postal perfecta. Si el cielo, además, colabora con un poco de textura, pueden salir imágenes fantásticas:
Tanto la carretera del puerto del Pontón, primero, como la del puerto de Tarna, después, llevan muy poco tráfico un sábado por la mañana, a pesar de tratarse de vías troncales.
En La Uña, dejamos la carretera para tomar la pista que se dirige al puerto de La Ventaniella. Nos cuenta la gente local que este puerto se barajó, en su momento, como posible alternativa al Pontón para bajar a los valles cantábricos. Comparando uno y otro, el ascenso desde la vertiente sur es igual de corto y sencillo. La vertiente norte (luego lo veremos) es prácticamente igual de inaccesible: no habrían ganado gran cosa.
La pista sigue el curso del recién nacido río Esla hasta una pradera florida, donde el camino al collado se separa del fondo de valle; la pista se convierte en senda y la cuesta es mayor. Hacemos pedaleando lo que podemos.
En la Cantábrica, te das cuenta de la magnitud de los puertos cuando bajas (o subes) la vertiente norte. Iniciamos lo que va a ser un descenso ininterrumpido de 1200 metros verticales hacia las profundidades de los valles cantábricos, versión Ponga.
Ponga
Tenía esta región en mente desde que, años atrás, vi el panorama bajando (a pie) desde Picos de Europa hacia Amieva: la vista de Ponga era la de un espléndido mar de montañas, quebrado e intrincado, cubierto de bosque salvo por los picos calizos, que asomaban como islas en un océano verde. Ponga no está en los circuitos habituales y eso es garantía de interés. Hay algunas carreterillas y hay pueblos; de cara al viaje en bici, parece perfecto.
La Ventaniella es una de las dos entradas a Ponga desde el sur. La bajada inicial es por caminos amplios, no siempre ciclables.
La primera parte del descenso acaba en la explanada donde se encuentran la ermita y caserío del mismo nombre -Ventaniella-, donde el espacio y el tiempo se alinean para que sea el lugar y momento perfecto para parar a comer algo. El espacio-tiempo y el bar, donde comprobamos que estamos ya en Asturias, sin ninguna duda:
Tras la ermita, la pista es apta para turismos pero aún durilla para bicis: grava bacheada, piedras y cuestas fuertes, preparaos para quemar zapatas. El descenso es, por lo demás, maravilloso, según nos vamos sumergiendo en las profundidades cantábricas y las montañas se van haciendo grandes.
Desembocamos en la carretera, que no es mucho más ancha pero ya tiene asfalto liso. Llegamos al primer -último- pueblo del valle (ya estamos en un valle), Sobrefoz, un lugar remoto en la escala moderna de las cosas.
Sobrefoz hace honor a su nombre: está justo encima de una profunda hoz que el agua ha tallado en la caliza, dando inicio oficial al río Ponga. La carretera salva el obstáculo de forma casi surreal, tallada en la ladera y, al mismo tiempo, cubierta por árboles. Pedazo de cuesta.
Seguimos bajando sin fin, cada vez más encajonados mientras seguimos el curso del Ponga. El valle deviene en cañón. Las paredes son a menudo verticales y, en todo caso, muy altas. Lo que viene a ser un cañón, vamos. En esta región no es un rara avis, ahí están los más conocidos desfiladeros del Cares, los Beyos, la Hermida… nunca había oído hablar del desfiladero del Ponga pero es tan espectacular como cualquiera de los otros mencionados.
Al final del día, poco antes de que el Ponga confluya con el Sella, abandonamos el valle y empezamos a subir hacia tierras de Amieva.
Amieva
No tengo muy clara la lógica geográfica de la división de concejos entre Ponga y Amieva pero lo que sí está claro es que abandonar el valle -del Ponga- significa el fin de nuestro apacible descenso y es un cambio radical: en esta región, todo lo que no sea un fondo de valle es una cuesta empinada y eso es lo que nos toca ahora. Podríamos haber salido de Ponga por el valle y haber así evitado todas las súper-cuestas pero eso hubiera significado desembocar en la N-625 más allá de lo imprescindible. Sobre el mapa, además, a la hora de planificar, no se apreciaban los desniveles de las carreteras secundarias que vamos a usar.
(nota: las usaríamos de todas formas; ¡vivan las cuestas!)
El tema del desnivel se resuelve de forma diferente según la carretera: algunas, con mucha curva, mucho zig-zag… otras, con un paredón recto.
Nos hemos metido en un jaleo empinado, ¡no hay nada llano en esta zona! lo que supone un cierto problema cuando intentas acampar. Mirad dónde han puesto este pueblo:
Si hay un axioma en el viaje es que siempre se encuentra sitio para dormir. En esta ocasión, en una pequeña pradera junto a la ermita.
La mañana es espléndida y fresca, como corresponde a octubre, y disfrutamos de una preciosa luz que realza el verde de los prados y el gris de la caliza. Los pueblillos a lo largo de la carreterilla son muy pequeñitos, súper-bonitos. Una última gran bajada nos lleva a la carretera principal, casi a la entrada del desfiladero de Los Beyos.
Sajambre
El desfiladero es la consecuencia natural de poner una barrera montañosa (los Picos de Europa) al norte de la divisoria. El agua tenía dos opciones: formar un lago o colarse por algún sitio. En terreno calizo, suele ser lo segundo.
Entre Amieva y Sajambre, el agua ha abierto un estrecho pasadizo. Dada la magnitud de las montañas, el cañón resultante es muy profundo. Por aquí se decidió abrir la carretera principal de tránsito entre meseta y cantábrica en esta zona. Adivinad por dónde vamos a ir…
El desfiladero de Los Beyos es, sobra decirlo, espectacular. Es más profundo y extremo que el del Ponga y su único lastre comparativo es que en Los Beyos la carretera es de la red principal. Por suerte para el viaje en bici, es estrecha y, en un mediodía de sábado, tiene muy poco tráfico.
Las paredes son tan altas que hay que girar el cuello noventa grados para poder ver los picos. Cuesta creer o siquiera imaginar la magnitud de las escalas. Por aquí pedaleamos.
De particular interés es lo que hay al final del cañón: sales del pasillo y te encuentras el valle secreto:
Sajambre es uno de esos valles de los cuentos épicos a los que no se puede llegar de formas convencionales: está rodeado de montañas por todos los sitios y el desfiladero es, probablemente, el camino peor; o lo era, hasta que se construyó la carretera. Hoy día, ya no es tan secreto pero algo de ese carácter ha debido quedar. Para empezar, el valle entero es un manto ininterrumpido de hayedo. Otro lugar maravilloso.
Parte de la idea de la ruta implicaba cruzar Sajambre de norte a sur, es decir, cuesta arriba, para así poder ir despacio. La lentitud es un valor en un sitio tan especial.
A nivel atmosférico, el viaje estaba destinado a tener dos partes: cielos despejados en la primera y cielos cubiertos en la segunda. Aquí, en el ecuador temporal de la ruta, efectivamente, empiezan a aparecer las nubes.
Ascendemos el puerto del Pontón en silencio, despacio, en un pasillo entre hayas de color otoñal y bajo un cielo apaciblemente nublado. Qué bonito todo.
Llegar al puerto del Pontón nos saca del trance. La luz se nos va y es momento de reagrupar excursionistas y buscar un sitio bonito y discreto para pasar la noche. Queremos que sea aquí arriba; bajar a Valdeón sería sobredosis y preferimos dejarlo para mañana. Pernoctamos entre las hayas y enfrente de las paredes del macizo central de Picos.
Valdeón
Amanecemos bajo la lluvia y un cielo gris oscuro que deja claro que va a seguir lloviendo. No se ve ni torta. Echaremos de menos los panoramas de Valdeón y el macizo central pero el ambiente gris tiene un encanto propio que también apreciamos.
Valdeón es el otro valle secreto, hermano en configuración de su vecino Sajambre. La mayor diferencia es que, en Valdeón, no hay carretera en el desfiladero de desagüe -el del Cares- y sólo se puede acceder al valle desde dos pasos de montaña que comunican con la meseta. Es curioso que, si bien en la vertiente del valle las dos carreteras en cuestión están bastante bien, el acceso desde la meseta es por un tramo estrecho y de asfalto viejo. Es el caso perfecto del valle secreto: parece que te estás metiendo en sitio chungo pero el viaje premia a los valientes con un pedazo de paraíso.
Subimos el escaso desnivel que queda hasta el puerto de Panderrueda. Ni en el puerto ni el mirador de más abajo hay rastro de las fabulosas vistas a los Picos de Europa, es todo niebla pero nos gusta igual. Luego, abajo, en Posada de Valdeón, percibimos el bar y la chimenea encendida como elementos especialmente acogedores.
Salimos del valle por el otro paso, Pandetrave. Antes, parada con fonda en Santa Marina: nuevamente, el día invita a pasar los descansos a cubierto y cerca del fuego. La combinación entre fuera y dentro tiene sentido y encanto.
Terminamos de subir Pandetrave en medio de un ambiente lúgubre, gélido y precioso. Nos despedimos de Valdeón.
Tierra de la Reina
El puerto, como es habitual a lo largo de la Cantábrica, marca una frontera entre dos mundos: el frondoso valle al norte y la austeridad de la vertiente sur. Nos gustan los dos.
La bajada hacia Tierra de la Reina es tranquila, con pendientes de las de rodar sin apenas frenar, en una carretera de montaña de las de antes: austera, como el entorno. El cielo se aclara un poco -mejor, se des-oscuriza- y deja de llover, o algo así. Portilla de la Reina es la siguiente estación de bar con chimenea que decidimos que también nos hemos ganado.
El resto es carretera nacional pero está tan vacía como todas las demás. Es un placer rodar en leve cuesta abajo por Tierra de la Reina mientras la brisa nos seca la ropa mojada, viendo el valle desplegarse según avanzamos hacia el sur.
Boca de Huérgano a Riaño es algo menos estimulante por el tamaño de la carretera pero es un placer volver a estar frente a esas espectaculares pirámides calizas que nos ayudaron con las fotos el primer día de viaje. Hoy, la luz es muy diferente.
Mapa de ruta Ponga, Sajambre y Valdeón: los valles secretos on plotaroute.com
Estupenda descripción de un viaje irrepetible por los momentos vividos e impresiones recibidas, de lo expuesto no se puede añadir más., Naturaleza viva, valles encantados, cresterio impresionante, discurrir por desfiladeros es como dejarse llevar por buena vía, con sonidos de agua, olores de caseríos y otras lindezas que suceden cuando te sumerges en un discurrir lento y apacible por la naturaleza.
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Un viaje se disfruta cuando lo planificas, lo haces y recuerdas, pero este impresionante relato aparte de disfrute es un placer máximo porque es de los viajes más completos, naturaleza, compañia, tiempo, sensaciones, momentos vividos, cuestas hacía arriba y hacía abajo, nubes, cielo….
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Pues sí, todo eso que decís. Tenía muchas de contar este viaje, fue muy especial. Las zonas que recorrimos son una pasada. Nos alegramos mucho de que os gustara.
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Precioso.
La próxima vez,Acercaros a Vegabaño,el rincón más singular de picos..
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¡Lo pensé! Pero me desanimaba el ir y volver por el mismo sitio, no me encaja en la idea del viaje sin vuelta atrás. Pensé en subir por el Dobra pero después de la presa seguramente habría hecho falta empujar las bicis y era mucha distancia. Y nos habríamos perdido Los Beyos. De todas formas, lo anoto para otra vez. Sí que es un sitio singular.
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A punto he estado de matarme en el defiladero de los Beyos por culpa de un coche desesperado (con pelotón de 5 coches detrás) adelantando a unos ciclistas que se me apareció de la nada en una curva.
Es una barbaridad andar con la bici por una carretera estrecha, de línea contínua, con tanto tráfico (camiones y autobuses incluidos), sin arcenes y llena de curvas sin visibilidad.
Ya os vale poner en peligro la vida de los demás para hacer deporte.
Me parece bien que seais suicidas pero no que os lleveisla vida de otros en el camino.
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No estamos haciendo deporte, estamos viajando. Somos tráfico. Siento tu incidente pero no me parece bien que eches la culpa a lo que no te gusta. Si algo sobra en las carreteras es esa actitud, no las bicis.
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