Columbia Británica: de vuelta del paraíso

«British Columbia. The best place on earth». Esto es lo que ponía en las matrículas de los coches -no sé si en las de todos- sobre un fondo de montañas nevadas, a modo de seña identitaria. Vale que las señas identitarias intenten destacar lo positivo y que incluso se admita en ellas un punto de exageración pero es significativo que, en la Columbia Británica, cuando han tenido que pensar en un símbolo identitario, lo que se les haya ocurrido es llamarlo «el mejor lugar del mundo». Así, a lo bilbaino, pero en Canadá.

British Columbia: The Best Place on Earth

La Columbia Británica puede ser el mejor lugar del mundo pero ¡no es para cualquiera! Desde la mentalidad europea, puedes amarlo u odiarlo. Si la hiper-urbanizada Europa te agobia -aunque te guste también, pero te agobia-, la Columbia Británica te parecerá el paraíso. En el extremo opuesto del espectro, puede ser la Columbia Británica la que te agobie.

Unos pocos números para ponerle perspectiva: BC -British Columbia- tiene un área de casi el doble que la península ibérica y menos de una décima parte de población (humana); además, casi toda concentrada en el tercio sur. Es decir: BC es un lugar vacío de gente y, al mismo tiempo, lleno de muchas otras cosas: todas esas que no sobreviven en un lugar lleno de gente. Más allá de la franja meridional, no hay apenas carreteras y muy pocas poblaciones.

Es muy diferente a Europa. Y la sensación que provoca, como digo, puede ser liberadora o agobiante: es algo muy personal.

En BC («bi-si»… como «isi-disi» pero en geográfico), manda la naturaleza y es la gente la que se adapta. Vivir en BC es fantástico si te gusta estar ahí fuera, respirar aire limpio o subir montañas sin sendero. Y ¿qué tal para viajar en bici? BC carece de las infinitas opciones disponibles en Europa: hay pocas carreteras y el concepto de carretera secundaria no tiene mucho sentido: las pocas que hay son casi todas «principales». Viajar en bici te hace correr el riesgo de acabar sobre-urbanizado en un lugar muy poco urbano pero eso ya lo sabíamos… a la postre, resultó una sensación un tanto desconcertante que nos dejó un sabor de boca agridulce. Sí, “agridulce” es una buena forma de describirlo.

El lugar es majestuoso: a mí, me impresiona especialmente la franja costera: una gigantesca cordillera que, de puro anónima, no tiene ni nombre («la cordillera costera» -the coast mountains- es más común que propio) pero sí tiene perfiles alpinos, glaciares, enormes campos de hielo, abundantes tresmiles y hasta algún cuatromil. Durante nuestro viaje, cruzamos la cordillera costera dos veces: una, al principio; la otra, cerca del final. En medio, no había ningún paso ciclable más: más de 300 kms (en línea recta) sin vías de comunicación.

Y podrían haber sido muchos más de no haber sido porque la gente que vivía en el valle de Bella Coola se empeñó en dinamitar unas cuantas paredes para conseguir una carretera que les permitiera salir de allí por tierra. Y lo tuvieron que hacer «a manubrio»: ni siquiera el gobierno colaboró porque consideraba el proyecto demasiado complicado. Aún hoy, la carretera que atraviesa las montañas para unir las mesetas Chilcotin con el valle de Bella Coola está sin asfaltar y no tiene quitamiedos que te separe de un barranco de vértigo.

Bella Coola es un fiordo: oscuro, estrecho, monumental. Un valle recóndito, flanqueado por enormes montañas. Un lugar remoto en la tierra media. Recuerdo que, hace muchos años, vi ese lugar en un mapa; vi la fina línea roja que llegaba hasta allí y en ese momento nació una idea. La bici es el por defecto.

Llegar a Bella Coola era el objetivo espacial que daba pie al objetivo viajero: recorrer territorio y ver cómo es. Para llegar a Bella Coola desde Vancouver, hay que atravesar las montañas, primero, y las mesetas después. Y otra vez las montañas para cerrar un círculo que empieza y termina en el mar. Así, pasa un mes y pasan muchas cosas; vivencias acumuladas que pasan a ser parte de tu persona. A partir de entonces, esa persona ya no es la misma.

Una mañana de agosto de 2012, salimos pedaleando de Vancouver para ver qué nos traía el viaje y con la mente abierta para observar, aprender y ser versiones actualizadas de nosotras mismas un mes después.

Nieve de agosto y glaciares en la cordillera costera

Nieve de agosto y glaciares en la cordillera costera

A lo largo de las próximas semanas, pondremos en palabras lo que pasó en ese mes.

 

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